Lo que el ajuste se llevará

Análisis y opinión14/08/2022 Pedro Lacour
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Hay un dicho que viene a cuento de nuestra enloquecedora realidad política. Reza que, si alguien decidiera irse de la Argentina y volver después de diez años, esa persona tendría la sensación de que a su alrededor nada cambió demasiado. Sin embargo, si el lapso de su ausencia se redujera al de apenas unas semanas, lo más probable es que nuestro viajero imaginario termine creyendo estar ante un país completamente distinto al que había dejado pocos días atrás. Los tiempos políticos en la Argentina son tan relativos que hasta el mismísimo Einstein se sorprendería.

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Pasaron dos meses desde la última entrega de #HojaDeRuta. Durante nuestro receso invernal, el Frente de Todos sufrió una reconfiguración tal en su fisiología que quizás estemos ante la forma definitiva de este experimento electoral dado a luz con un tuit de Cristina Kirchner en 2019. Con la venia fundamental de la vicepresidenta, la coalición oficialista se reseteó y entronizó a Sergio Massa como un inédito ministro de Economía de perfil político. ¿Y Alberto Fernández?

Atrás quedaron definitivamente los tiempos en los que Martín Guzmán se erigía como el último mohicano del albertismo que murió antes de nacer, como tantas veces se repitió. La suerte del camino trazado por el economista formado en Columbia estaba echada desde el preciso instante en que el resistido Matías Kulfas salió eyectado del gabinete. Dicen los que la vieron que la cabeza del exministro de Desarrollo Productivo todavía rueda por los pisos del Senado.

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Detrás de todo esto, una sola certeza: el ajuste. Por el momento, el grueso de los tijeretazos que efectuará Massa tendrán que ver con la quita de subsidios al consumo de gas y electricidad. Sin embargo, los aumentos derivados de la segmentación que llevará adelante el Gobierno y que anunciará el martes estarán lejos de alcanzar al 10 por ciento de los usuarios, como se especulaba en un comienzo. Según los cálculos actualizados, ese porcentaje podría ser más cercano al 30 por ciento. 

¿Qué cambió en la cabeza de Cristina Kirchner para cederle el control del avión a uno de sus máximos enemigos de antaño, decidido a llevar adelante (aceleradas) las políticas de austeridad fiscal que tanto le molestaban de Guzmán y por las que, según ella, el Frente de Todos perdió las elecciones de 2021? El interregno de Silvina Batakis en el quinto piso del Palacio de Hacienda, que parece haber bañado de realismo a un kirchnerismo que –no nos engañemos– lejos está de bajar sus banderas. Es la política, estúpido.

Durante su primer discurso como ministro, Massa dejó muy en claro cuáles serán sus prioridades. Arriba de todo, resaltado con marcador fluo, el “orden fiscal”. En ningún momento de su intervención el tigrense mencionó siquiera la palabra “salario”. La pregunta cae de madura: ¿se puede hablar de valorizar el trabajo sin plantearse una mínima política de recomposición de ingresos que no sea un bono? En la Argentina, la brecha no es solo cambiaria. La distancia entre el esfuerzo y la remuneración que se ofrece por ese esfuerzo está en niveles récord.

Rafa

De acuerdo a la información recabada por la economista Nataly Moty y publicada en la cuenta Argentina en Datos, el promedio salarial neto en el país es de $53.277. Mientras que un docente gana aproximadamente el valor de una canasta básica total para un hogar de tres habitantes, el haber mínimo de las jubilaciones es apenas un 11 por ciento mayor a la línea de pobreza para un adulto.

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En el cuadro, vale aclarar, no está consignado el aumento del que gozarán los jubilados que están en la base de la pirámide, quienes a partir de septiembre pasarán a cobrar $50.353. Si tenemos en cuenta que el índice de inflación de julio (7,4%) fue el más alto de los últimos 20 años, nada parecería alcanzar para recuperar lo perdido a lo largo de la última década en materia de salario real. 

En ese contexto acuciante, no deberían sorprender expresiones como las del multitudinario acampe piquetero que tuvo lugar la semana que pasó en Plaza de Mayo. Las organizaciones sociales de izquierda que llegaron a las puertas de la Casa Rosada demuestran que, más allá de las denuncias por arbitrariedades, son el sector que lleva la batuta en la calle. A años luz de ese activismo está la aletargada la CGT, que el próximo miércoles hará una manifestación tan deslucida como obligada. 

Bonus Track

Los acontecimientos de las últimas semanas me recordaron una nota de Ignacio Fidanza que leí allá por el 2019. Llevaba el título de “Parlamentarismo de facto” y fue publicada en La Política Online en septiembre de ese año, después del apabullante resultado de las PASO, pero antes de que Alberto Fernández fuera elegido oficialmente primer mandatario. 

En su texto, Fidanza se refiere al posible rol que ocuparía el eventual nuevo presidente en términos que, a los ojos de hoy, resultan premonitorios: habla de un “primer ministro-presidente” que estará obligado a “negociar, cumplir y renegociar” con cada uno de los polos de poder del peronismo que lo rodean. Y califica la hipótesis del parricidio político alla Kirchner-Duhalde como “tan perezosa como aventurada”. La historia le dio la razón.

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