Desconfianza, humillación y verdad

Análisis y opinión 03/10/2023 Nicolás Roibás Nicolás Roibás
Clase-media

Imágenes surrealistas por TV de un mundo paralizado y de calles vacías. Una película de zombies que tenía lugar en todo el planeta. Al comienzo, la mayoría de los ciudadanos fuimos obedientes y cumplimos a rajatabla el mandato de los gobiernos, pero al tiempo pusimos todo en debate.

Después del pánico inicial de la pandemia, en muchos países, los ciudadanos empezaron a poner -aún más- en jaque la credibilidad de ciertas instituciones. Las verdades que surgían desde los organismos internacionales y los gobiernos se desdecían cotidianamente, y la desconfianza en “el sistema” (que ya estaba muy presente) aceleró su paso. Algo se fue deteriorando cada vez más en el vínculo entre la sociedad y lo establecido. A todo este fenómeno tampoco pudieron escapar los medios de comunicación.

Las transformaciones en las comunicaciones en este último siglo ya habían empezado a percudir la confianza en los medios tradicionales. Se fue acentuando el sesgo de confirmación, porque los individuos comenzaron a informarse cada vez más con quienes coincidían con sus opiniones y cerrar el radar a otras expresiones. Por eso, es válido preguntarse si acaso la pandemia y sus secuelas no profundizaron esta realidad y prepararon el terreno en la Argentina para lo que estamos viendo hoy.

Aún a riesgo de aburrir al lector, me atrevo a tomar un dato de un estudio reciente que elabora Reuters Institute y la Universidad de Oxford sobre los medios de comunicación en algunos países: En 2023, la confianza de los argentinos en los medios representa un piso histórico al alcanzar los treinta puntos, once menos que 2018, año de mayor confianza (41%). De acuerdo a Eugenia Mitchelstein y Pablo J. Boczkowski (autores del informe que analiza los datos de Argentina de este año). “Si bien la desconfianza relativamente alta en los medios no es una novedad, los niveles de polarización, desinterés y evasión activa de las noticias nunca estuvieron tan altos como ahora y plantean una incógnita respecto al interés que pueda suscitar la campaña electoral de cara a las presidenciales de octubre.”, analizaba en un artículo previo a las PASO el periodista Rosendo Fraga (hijo). Quizá, parte de este fenómeno, también explique la permanente reincidencia en el fracaso de las encuestadoras que no logran medir las intenciones de una gran franja de la sociedad.

De estos datos, tal vez se pueda advertir en la desconfianza, uno de los pilares que explican el momento que vivimos.

Estamos, sin dudas, ante una crisis de lo establecido, porque todo tiende a relativizarse y “la verdad” pasó a ser tan solo la que elegimos creer, sin importar los argumentos. De hecho, estamos ante una muerte simbólica de la argumentación, que sucumbe ante la descalificación como un recurso más eficiente y viralizable.

La Argentina de hoy propone un caso interesante: la dolarización. La pregunta sobre la posibilidad de dolarizar, aunque hartamente discutida por estos días, no deja de ser intrascendente, ya que lo determinante pasó a ser que sea creíble para una parte de la sociedad. Menos importa aun que el presidente de la Corte Suprema, Horacio Rosatti, haya expresado que su imposibilidad jurídica, porque lo antes certero, hoy pasó a ser relativo. Todo forma parte del mismo entramado: la desconfianza se hace evidente también ante la carta con los 200 economistas criticando la propuesta del libertario o la solicitada de los intelectuales. No mueven el amperímetro. La pandemia y la crisis extendieron los límites de lo creíble, basado en un simple motor: la desconfianza. Y no hay colectivo, comunidad, autoridad, que hoy parezca torcer eso. Para colmo de males, las discusiones intestinas en JxC en la etapa previa de las PASO, no ayudaron en este proceso en la percepción de muchos ciudadanos.

En Argentina, el fenómeno de la desconfianza se unió a otro problema: un pésimo gobierno que impulsó una cuarentena inhumana; profundizó fuertemente una destrucción en la confianza institucional -cuya escena más simbólica fue la fiesta de Olivos-; y llevó al país una crisis económica descomunal. Que el resultado de todos estos factores haya sido una sociedad desesperada no puede sorprender a nadie. Sobre todo, una clase media, cuyo motor siempre fue la aspiración, y que cada día que pasa se encuentra peor que al día anterior. Y allí aparece esta otra emoción, según los especialistas, de las más profundas: la humillación. Un sentimiento cada día más presente y que eventos como el Insaurralde-gate no hacen otra cosa que potenciar.

Mucho se ha hablado de la “bronca”. Pero la bronca parece no alcanzar para explicar en profundidad lo que muchos ciudadanos están padeciendo. El concepto de humillación es más certero y es un animal mucho más peligroso, porque el camino desde la humillación al odio es corto y explica mejor la pulsión a romperlo todo. Una sociedad que ha sido encerrada, que no pudo despedir a sus muertos, y que ha visto su calidad de vida deteriorada. Familias que se suben a un avión para no volver. Y ciudadanos que, después de todo eso, encuentran que no pueden pagar los alquileres, que han tenido que cambiar a sus hijos de escuela; que no pueden comprarles ropa, ni darles un incentivo de progreso. La clase media ha sido humillada. Y es algo que sufre en su metro cuadrado, cuando va al supermercado y tiene que devolver productos básicos a la góndola por no poder solventarlos. La humillación se padece de forma horizontal, ya que los ciudadanos sienten que sus familias, sus amigos, sus conocidos, son espectadores permanentes de la caída en desgracia. No es muy ilógico pensar que esa sociedad, se sienta representada por un candidato que, justamente, humilla a quienes advierten como culpables de su propia humillación. Es algo que ha sucedido en otros momentos de la historia y en diversas experiencias en diferentes países. Es casi un acto reflejo. No importa cuán roto emocionalmente parezca ese liderazgo, porque es la misma sociedad la que se encuentra rota. Milei sirve de espejo para muchos de sus votantes. Y es probable que por esta razón, los ataques a Milei se perciban como ataques directos a parte de su propio electorado. El vínculo es profundamente emocional. Esto no escapa a los jóvenes, a quienes les ha tocado ver de cerca el fracaso económico, las frustraciones y humillaciones de sus padres. Quizá por eso, la idea de recuperar el autoestima ha pasado a ser central en ese sentido. La narrativa de una Argentina rica que no vivieron, que es casi un mito, tiene un atractivo inusual. Un “Make Argentina great again” tercermundista , potenciado por todos estos factores. Un discurso ideal para recuperar la autoestima golpeada. Tal vez por eso, muchos de ellos hoy hayan empezado a señalar con desprecio a la generación precedente, como responsables de la situación actual.

Para muchos ciudadanos envueltos en un tsunami de desconfianza, la idea de autenticidad, aún cuando esa autenticidad sea negativa, pasó a ser la Coca Cola en el desierto. Y Milei supo tocar esos nervios de forma quirúrgica, alimentando la desconfianza hacia los demás, atacando a quienes son sindicados como responsables y siendo creíble al hacerlo. No importa que Milei sea descalificado como “un loco”, es mucho más importante para una parte de la sociedad el hecho de que suene auténtico y sentirse representada en este actuar.

Se repite por estos días que estamos ante una campaña electoral emocional. En realidad, todas las campañas son emocionales, la pregunta es si hay posibilidad de plantearle algo diferente y constructivo a una Argentina autodestructiva. Si este cocktail de emociones negativas puede canalizarse en una expectativa diferente al abismo. ¿Es posible bajarse de ese tren? Quizá una de las llaves para lograrlo empiece por no subestimar esta dinámica y no responder con más enojo frente a lo que sienten millones de argentinos, sino mostrar comprensión.