La huida final del peor presidente de la historia de la democracia

Análisis y opinión 03/12/2023 Luis Gasulla Luis Gasulla
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Alberto Fernández nos regaló su último deseo: dar clases en Valencia, España. Piensa que se convertirá en un referente mundial del club de los estadistas. Asegura que tuvo el mérito de pelearse con Cristina Kirchner cuando nadie se animó jamás a contrariarla y que garantizó el Estado de Derecho en la Argentina. Los Kirchner se inventaron un pasado revolucionario, Alberto se "dibujó" un presente que no es tal. Solo un pequeño grupo de periodistas buscan, sin éxito, reivindicarlo ante una sociedad que lo olvidó hace tiempo. 

Alberto pasó de ser el Presidente testigo al Presidente que no fue, el ausente, el que se borró antes de tiempo. Obedeció al pie de la letra el Plan de Impunidad y Venganza que diseñó la Jefa Cristina pero fracasó en su desarrollo. Es que, no era tan sencillo, en diciembre del 2019, zafar a Cristina Kirchner de todas sus causas de corrupción. Estuvo cerca. Presionó en la Causa Dólar Futuro y evitó el juicio oral. Aletargó la agonía en Hotesur -Los Sauces y en el Memorándum con Irán durante su insoportable presidencia pero no pudo evitar la condena en Vialidad Nacional a pesar de sumarse al grupo de los apretadores públicos que prejuzgó al fiscal Diego Luciani y al tribunal que sentenció a la Jefa de los Corruptos a una condena de 6 años. Solo 6 años de prisión. Convalidó el espionaje ilegal en cadena nacional, se cansó de meter tuits difamatorios contra fiscales, jueces y grupos de medios por una tapa que le disgustaba a la señora pero, a la hora de hacer un balance, Alberto Fernández asegura que fue el Padre de la Democracia. 

No fue así. 

Arregló la Fiestita de Olivos con Plata, aplaudió la viveza criolla al argumentar que no era un delito "saltearse a la fila" siendo el Hijo de un Juez y miró para otro lado ante el despilfarro y compra de insumos médicos con sobreprecios en la pandemia. Nunca pudo, quiso o supo mostrar los contratos con los laboratorios farmaceúticos. Frenó la llegada de la Pfizer mientras que colaboró en el lobby de su amigo Ginés González García con Sigman contrariando el otro lobbie de la Jefa con los rusos de Sputnik. Se sumó a campañas sucias, armó operaciones berretas como la causa Dolores, el show de Brian, el chico supuestamente discriminado por usar gorrita y nunca tuvo empatía con las víctimas de la inseguridad ni del Covid. 

Nos encerró dos años. Dejó a los jovenes sin libertad y a los adultos sin el último rayo de sol en los parques. A los niños los dejó sin recreos, encuentros con amigos en un aula y sin educación. Los acusó de intercambiar barbijos y propagar el virus. Pateó los problemas del desastre económico que ocasionó el encierro con limosnas, IFES y un Plan Platita que aceleró la inflación. 

Prometió prender la economía y la hundió 10 puntos. Hizo campaña con el regreso del asadito y multiplicó el precio de la carne. Lo disfrazaron de Superman en la tapa de un grupo de medios que lo llenó de pauta pero nunca pudo volar lejos de Cristina. Le dio decenas de entrevistas a periodistas amigos que no le hicieron bien. Llamaba a las redacciones y a los canales como C5N para seguir hablando porque la fama lo enloqueció. Según Cristina Kirchner, su celular ardía mientras Fabiola gastaba paseando por el mundo. Alberto abusó de los fondos públicos en su rol como Presidente. Autorizó compras de salmón, cordero patagónico y todo tipo de lujos mientras la pobreza escalaba al 42%. 

No tuvo una sola idea en el poder. Deja un país más pobre, más injusto y más inculto. No cerró la grieta. La agrandó. Se sumó al verso de los discursos del odio y a la persecución de tuiteros y de abuelas caceroleras como hizo esta semana Malena Galmarini. Le echó la culpa de todo a la pandemia, a la guerra, a la sequía y, por supuesto, a Mauricio Macri. Demonizó a la oposición, al periodismo crítico, al fiscal que investiga y al ciudadano que se queja. No fue un democráta Alberto. No lo fue. 

Por momentos fue un bruto en el poder. Comparó latinoamericanos con indios, se mostró soberbio y canchero ante el mundo, nos  hizo pelear con parte del mundo libre y dejó un saldo negativo en materia de política internacional con el impresentable canciller que solo usó el inglés para decirle cabeza de pene a un periodista reconocido en el mundo, algo que usted nunca tendrá. 

Nunca explicó su fortuna o falta de fortuna. Cómo vivió de prestado en el departamento de su amigo, el publicista Pepe Albistur. Tampoco si por ese detalle o por las casualidades del destino, la esposa del publicista se convirtió en candidata y en ministra. No combatió el negocio de la pobreza sino que lo agrandó. Los mal llamados dirigentes sociales se adueñaron de un ministerio y se quedaron con parte de los planes sociales, incluso cartoneando a los más humildes. Los usó. Les mintió en campaña y en el gobierno. 

No se combatió al narcotráfico y se liberó a miles de delincuentes en pandemia. El garantismo le ganó al respeto de la ley. No se hizo cargo de nada. Ni de los acuerdos con el FMI ni del cumple de su querida Fabiola. 

Fue tan malo su gobierno que no lo dejaron ni presentarse a la elección. Logró su sueño de ser lo que nunca debió haber sido. La periodista Silvia Mercado, hace más de un año, aseguró que no lo hizo gratis. Que recibió mucho dinero por aceptar la propuesta de convertirse en presidente testaferro de Cristina. Que la torta lo esperaría en España. 

A los Argentinos, no los invitó al banquete. La historia no lo absolverá. Tampoco a su Jefa.