La pregunta que circula sobre el PRO

La posible extinción del partido amarillo es un fantasma que recorre los círculos políticos desde hace un tiempo y no sorprende a nadie. Por qué.

Análisis y opinión 27 de marzo de 2024 Nicolás Roibás Nicolás Roibás
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Hace pocos días me invitaron a un cumpleaños en donde me encontré con algunos conocidos del PRO, unos cuantos de ellos cumplen funciones hoy o algún rol en el partido. También había algunos jóvenes que militan en sus filas. Y por último, otros que en un pasado formaron parte del espacio o de la gestión y que hoy la miran de afuera, como yo. 

Una pregunta se reiteraba entre copas: “¿Está muerto el PRO?”. Quizá por mis tweets, por mis artículos, o por el libro “24 de agosto”, algunos de ellos creyeron que podía aportar alguna conjetura interesante a esa discusión. 

De alguna manera, sentí presente el interrogante durante toda la noche. Cada tanto me esforzaba por dar alguna posible respuesta y por oír algunas opiniones. Hasta que con la última copa de la noche abandoné todo intento de sutileza: “me parece que está en terapia intensiva”. No era una gran revelación, ni una genialidad. Para nada. Todos parecían sentir/saber lo mismo. Esa posibilidad es un fantasma que recorre los círculos políticos desde hace un tiempo. No sorprende a nadie. 

Como dije, actualmente no estoy en PRO. Eso facilita las cosas a la hora de opinar. Hace más fácil escribir sobre eso. Simplemente, opino abiertamente sobre el partido porque me importa como ciudadano. Quizá, por un dejo de melancolía sobre todo lo bueno que propuso. Recuerdos que uno, aceptemos, también tiende a idealizar. Como cuando se ve la foto de una novia del pasado o escucha una canción que lo traslada inmediatamente a algún otro momento de la vida. En este caso, a una valentía torpe de creer en algo, aún en un país en el que la frase que más repetida desde siempre es “esto no cambia más”. No se es joven si uno no está dispuesto a rebelarse contra eso. Y yo era joven cuando empecé a participar del partido.

¿Por qué algunos sentimos que el PRO está en terapia intensiva? 

Todavía ensayo posibles respuestas. La que está más a mano es la que repiten los analistas: porque dejó de representar el cambio. Pero, ¿por qué pasó eso?. No creo que el problema sean sus ideas, como puede pasar con otros partidos políticos. Creo yo que sus ideas de base siguen siendo una propuesta superadora para el país. 

Tiendo a creer que la crisis del PRO no es producto de un fracaso de sus ideas, sino de endogamia. De ceguera. De mirarse más el ombligo para conformar a unos pocos y repartir poder, en lugar de ver lo que pasa afuera. Y de afuera justamente llegó un tipo que entendió mucho mejor todo esto. No es que Milei le sacó la bandera del cambio al PRO; el PRO se la entregó en bandeja. 

No sé qué va a pasar con el PRO. Pero pienso que es importante que lo que representa o representó alguna vez siga vivo. Y siento que todavía hay un importante sector de la sociedad que espera cosas de ese espacio. Sobre todo, la enorme cantidad de gente que decidió apoyar al actual presidente a última hora en el balotaje y que lo hizo teniendo reservas importantes. Que por más que espera que la economía mejore y que apoya medidas, no coincide en muchas cosas profundas con el gobierno. Por eso, me molesta cuando veo al PRO inmóvil. Lerdo de reflejos. Aburguesado. Insistiendo con un continuismo de todo lo que le hizo mal en los últimos tiempos. Muchas veces, disociado de la realidad y sin ganas de innovar. Corriendo atrás del bondi del cambio con exceso de peso y la gente gritándole “dale, la puta madre, corré”. Pienso que no intentar levantar la vara, sería defraudar a toda esa gente. 

No por esto reniego de lo que digo o escribo cada tanto sobre el PRO. Creo en ese espacio. A veces pienso -estoy casi seguro- últimamente más por esa melancolía que por esperanza. También, por eso, muchas veces me enojo cuando veo estas cosas que menciono. Es cierto que el tiempo es un enemigo complicado para los partidos políticos y el PRO ya tiene más de 20 años. Quizá todo esto que pasa sea inevitable. Es que el tiempo es implacable. No se salva nadie.  

Hace pocos días escribí un tweet afirmando que el PRO había planteado algunas ideas poderosas en la Argentina, aunque gran parte de la “intelectualidad” las ninguneó en su momento y aún lo hace. La idea de hacer las cosas, a pesar de que fueran “invisibles”, simplemente porque era lo que correspondía. Básicamente empujar el concepto de que era posible vivir mejor en este país si intentábamos solucionar los problemas de fondo en vez de priorizar el corte de cinta, la foto, el besito y medalla habitual del cortoplacismo. Que no se te inunde la casa, que no se te corte la luz, que puedas viajar bien. Pararse de manos contra esa rutina horrible en la que se convirtió la Argentina. Solo hacía falta trabajar con seriedad e innovar mirando al futuro, no quedarse en discusiones interminables.

Leía ayer la respuesta de Guillermo Dietrich a Pierpaolo Barbieri que se hizo viral sobre por qué no hay un tren al aeropuerto de Ezeiza. Fue impecable. Por un minuto volví a sentir que ahí estaba el PRO, vivo. Un partido que no subestimaba al electorado. Que no necesitaba gestos ampulosos y tribuneros para hacer política. No es menor esto, en un momento en que la emocionalidad guía, que haya alguien que todavía levante la bandera de los resultados, el estudio, y la no improvisación. Puede que no mueva pasiones, pero, otra vez: resolver los problemas con seriedad es lo único que sirve para no estar tapado de agua hasta las orejas. 

 ¿Por qué decidí escribir esto?

Porque creo que vale la pena decirlo de vez en cuando en voz alta, escribirlo, o lo que sea. Para que no quede en una charla de tragos. Aun cuando no le interese a nadie o alguno se enoje. Espero que a los que les toque hacer las cosas en lo que viene dentro del PRO, en este futuro inmediato, puedan hacer algo mejor en esta nueva etapa. Para no tener que seguir escuchando esa pregunta de aquella noche. Y para que a los que nos importa, y la vemos desde afuera, tengamos otra opción mejor que aferrarnos a la melancolía de haber sido parte de algo mejor. 

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