Editorial de Camilo Cagnacci en "Contra Todo Pronóstico", sábados de 11 a 13 por Radio Colonia (AM550).
Los días previos a que el arma, sin bala en recámara, de Fernando Sabag Montiel, se acercase a 35 centímetros de la cara de la vicepresidenta Cristina Kirchner, cuando llegaba a su casa en Recoleta, habían sido caóticos para “la Jefa”. Los alegatos del fiscal Diego Luciani habían sido demoledores y la condena estaba a la vuelta de la esquina. Un juez porteño, el militante Roberto Gallardo, había ordenado alejar de Uruguay y Juncal, lugar donde residía Cristina Kirchner, a la policía de la Ciudad de Buenos Aires. Los militantes y funcionarios de todo tipo oficiaban de custodios de la ex presidenta que salía a saludar la militancia desde su balcón bajo el enojo de los vecinos del barrio que estaban hartos de convivir con puestos de hamburguesas, vendedores de gorritas de la líder popular y barras bravas de todo tipo y color.
El caos era total. Más aún, ese jueves 1 de septiembre de 2022 cuando Sabag Montiel le apuntó a Cristina pero no le disparó pues su arma no estaba preparada para matar. Había llegado con Brenda Uliarte, su falsa novia, luego de pasar por un local de comida rápida, cargar la SUBE y cobrar unos pesos por la venta “de copitos” de su “financista”, un joven llamado Diego Carrizo que les prestaba la máquina de producir dulces para niños. ¿En qué acto peronista se venden copos de nieve?
Sabag Montiel fue apresado por la militancia pues los custodios de Cristina Kirchner –que había aumentado su número luego de una piedrada a su despacho en el Senado- no estaban presentes. Diego Carbone, el jefe de la custodia, justificó su ausencia por un turno médico aunque la realidad es que estaba ocupado en otros temas personales. Uliarte huyó rumbo a la casa de su ex pareja en San Miguel, a quien entrevisté en LA Cornisa, dejando una bolsa blanca con un paraguas y sin confesarle lo que había sucedido. Al día siguiente, se presentó como una inocente más en Telefé Noticias escoltada por jóvenes integrantes de lo que se llamaría “la banda de los copitos”.
Brenda Uliarte había deambulado por Crónica TV casi como una nueva estrella televisiva por enfrentarse a la “planera”, una llamativa tiktoker que reivindicaba la vagancia. Uliarte venía de una familia híperkirchnerista con un padre denunciado por violación y venta de drogas en el kiosco del barrio en San Miguel. Meses después, Sabag Montiel, en una extensa carta escrita de puño y letra, diría que el padre de Brenda había sido comprado por el kircherismo para ensuciar a la oposición. A Brenda ya la defendía el servicial abogado Telleldín.
En las primeras horas posteriores al ataque, Alberto Fernández, ofreció una cadena nacional condenando el ataque y a los “discursos del odio” responsabilizando de lo sucedido a la oposición del PRO y al periodismo de investigación. También involucraron a Diego Luciani, el fiscal que había investigado la causa de la Obra Pública, y a los jueces que la condenarían a la Jefa de la Banda. Cuando supieron que la jueza María Eugenia Capuchetti investigaría lo sucedido, intentaron desacreditarla desde el día 1, plantando pistas falsas y tratando de direccionar la investigación. Ubeira, el abogado de Cristina, había anticipado el ataque en C5N, con la seguridad de un vidente. CFK se presentó como querellante y apuntó a la organización Revolución Federal por una lamentable guillotina en una marcha contra la corrupción. Luego aparecieron sus vínculos con una maderera del empresario Nicolás Caputo. Pero la pista no condujo a ningún lado.
Lo mismo pasó con el supuesto testigo de una charla que nunca existió en el bar Casablanca, a metros del Congreso, entre Gerardo Millman, diputado del PRO, con sus asesoras. El denunciante era empleado del diputado ultra K, Marcos Cleri, que se presentó como candidato a gobernador en Santa Fe sin suerte alguna. A la asesora de Millman, Carolina Mónaco, le abrieron causas judiciales de todo tipo. Ninguna prosperó. La Inspección General de Justicia denunció a los investigadores judiciales que no encontraron delito ni lavado de activos en los emprendimientos privados de la mujer que había cometido el pecado de ser modelo. El feminismo se calló la boca ante el ataque de Cristina por la belleza de la asesora Mónaco.
Sabag Montiel, desde la cárcel, aseguró que nadie lo financió y que había actuado solo. Pero era muy berreta para Cristina que, asesorada por abogados vinculados a los servicios residuales de inteligencia, encontró la oportunidad de desacreditar las causas en su contra y victimizarse. ¿Quién va a condenar a una víctima como yo?
Pero la condenaron y los copitos no parecían tener ramificaciones. No aparecían los autores intelectuales porque no existían. Ahora, Ubeira, insiste en la vecina de su clienta y en una ex panelista de Crónica TV que está de novia con un ex participante de Gran Hermano. Novelesco.
Los hilos empiezan a verse. Pero no los de los atacantes de Cristina sino de los armadores del show mediático y judicial que montó la condenada vicepresidenta para victimizarse y esquivar la verdad de lo que pasó aquella noche de un jueves 1 de septiembre en que la intentaron matar con un arma sin bala en recámara.
Comentario editorial de Camilo Cagnacci en Contra Todo Pronóstico, sábados 11 horas por Radio Colonia (AM550).
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